martes, 26 de mayo de 2009

Un día en el hospital





Un día en el hospital:
Historias desconocidas tras las puertas del Hospital Larco Herrera de aquellos que fueron olvidados un día



El amigo del olvido:

Nueve de la mañana. Juan está parado en la puerta de la sala de espera con una bolsa de toffees en la mano, busca con su mirada a alguien de rostro amable. Una señora mayor camina con su hija adolescente él la mira y luego de pensarlo se acerca a ella, algo tímido ofrece su mercadería, la mujer mira a la hija, la hija es indiferente, quiere irse. La mujer mira con pena a Juan y le compra cuatro. Se van.

Juan tiene 29 años, pero aparenta más. Su voz es gruesa, su cara está arrugada. Viste unos pantalones de franela y un polo simple.

“A los 19 me internaron aquí, me deprimía mucho…quería morir, pensé en suicidarme…la vida no tenía sentido, me decían en mi casa que era una mala persona, que debía leer la Biblia, trabajar, estudiar…pero yo no quería nada, quería morirme, nada más”

Baja la mirada, sonríe.


“Ahora tengo trabajo, no es la gran cosa, pero al menos gano alguito. Vengo de lunes a sábado y los domingos cuido carros en la puerta de un restaurante”.


Vive solo, en una pensión. Cuando tiene cita acude puntualmente, ya no extraña a su familia, a la que hace tiempo no ve. El tiempo cura todo.




La vendedora de llaveros:

Elizabeth tiene 26 años. Sus manos retuercen pequeños alfileres, con sorprendente habilidad. Uno, dos, ya está: El último arlequín está listo. Se pone de pie. Examina el terreno: la sala de espera está llena. Entra. “Ahí tiene llaveros, para la cartera, para la mochila…a un sol”

Ha logrado vender ocho de los llaveros. Sale al patio. En el patio están sentados algunos pacientes, a la expectativa de ser llamados, demasiado aburridos para sentarse en la sala de espera. Libres para fumar un cigarrillo. Elizabeth se acerca a cada uno de ellos y muy paciente les ofrece los arlequines. A la gente parece no llamarle la atención. Elizabeth se sienta en el pasto, ve pasar a un joven médico y lo sigue mientras le dice: “un llavero doctor, un llaverito…colabóreme pues”, el médico está apresurado, se vuelve hacia ella y le dice “mañana, mañana, no tengo sencillo”, ella lo mira con pena pero resignada “siempre dice eso”.







El fotogénico:

A veces dice que se llama Osvaldo; otras, Pedro; otras, Luis…las veces que lo he visto ha asustado a más de uno; precavidos los asediados por Luis han huido despavoridos o han tomado una ruta más larga con tal de no toparse con él.
“¡Señorita, señorita!”, grita él a una muchacha, siempre a las muchachas, nunca a los hombres, “un solcito pues señorita, un solcito”
Se acerca a mí, ve la cámara fotográfica. “Tómame una fotito pues, tómame una fotito”.
Se aleja de la cámara, intenta posar, quiere sonreír. ¿Cómo habrá lucido cuando joven? Algunas arrugas asoman en su cara, y su cabello tiene un color pajizo, sus ojos de un azul pastel que se acerca mucho al verde.
“No sé desde cuándo estoy aquí”, tampoco sabe su edad “tengo 20 años…” y camina bajo los árboles, a la espera de una nueva chica que, amable, le regale un sol.
“Oye linda…regálame un solcito…”, dice y se aleja.